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El largo camino que aún nos queda

    Cuando hablo de moda sostenible tengo la sensación de que nadie lo entiende muy bien. Como si todo el mundo respondiese con un ceño fruncido mostrando confusión por unos motivos u otros. Recuerdo que hace unos años, cuando les dije a mis amigas del trabajo que acababa de integrarme en el equipo de Fashion Revolution, donde hacíamos campaña por una moda sostenible, las respuestas fueron diversas. Desde simples “ah…”, silencios, y caras de confusión, hasta una de ellas que me decía que ya compraba sostenible por comprar en comercio local (bien por ella, aunque no fuese exactamente lo que quería que hiciera como consumidora, ya era un paso). La respuesta más interesante fue la de mi amiga Vicky, que me preguntó: “¿y qué es sostenible cuando hablamos de moda?”

    No voy a centrarme en esta entrada a definir qué es la moda sostenible. Para algunos es crear prendas de ropa en tejidos con certificados GOTS, en países de la Unión Europea (si es donde venden) en unas condiciones de trabajo respetuosas con quienes lo realizan. Para mí es algo mucho más complejo: si bien esta sería una de las mejores maneras de producir una nueva prenda, ¿hasta que punto es siempre plausible? ¿Se puede realizar ropa deportiva en tejidos técnicos de esta forma? ¿Y no sería mil veces mejor para el planeta no producir? ¿Consumir lo que ya tenemos? ¿Y que quien quiera hacer moda lo haga a través de prendas y tejidos existentes? ¿Y qué sería de la moda si la producimos así? ¿Podrían los diseñadores dar salida a su creatividad con un material tan limitado?

    En definitiva, no se trata de definir qué es la moda sostenible. Se trata más bien de minimizar nuestro impacto medioambiental cuando nos vestimos. Y aquí, de nuevo, vienen las caras de confusión. ¿Por qué debería un consumidor preocuparse por eso? Y ahora sí, esto es de lo que quiero hablar. Seguro que muchos esperáis que hable de los ríos de colores de China, de las prendas acumuladas en el desierto de Atacama, del Rana Plaza, etcétera, etcétera. Pero voy a ir un poco más allá, porque hay algo que me preocupa más. Como respuesta a todos los problemas medioambientales las marcas de moda ya están mejorando su forma de fabricación: casi todas tienen líneas “eco”, “join life” o “conscious”. Lo hacen tan bien que ya no enseñan en sus páginas web sus manuales de buenas prácticas o de responsabilidad social corporativa. Y además, no paramos de oír en las redes sociales su preocupación por el medio ambiente, y realmente tenemos la sensación de que estamos mejorando. Y creo que este es uno de los motivos de las caras de confusión de mis amigas: además de que el impacto de la moda en el planeta es poco visible, parece que las marcas están realmente haciendo algo por reducirlo.

    Y por eso digo que hay un largo camino por recorrer. No me malentendáis: no quiero ser pesimista ni crear “ecoculpa”. No voy a dar la turra repitiendo una y otra vez que la moda es la segunda industria más contaminante del planeta. Ya hay mucha gente hablando de eso (aunque quizás no la suficiente). Pero sí quiero evitar las caras de confusión, y explicar qué tiene que ver el consumidor (o sea, todos nosotros) en todo esto.

    En primer lugar, no debemos olvidar que las marcas de ropa son, al fin y al cabo, empresas. Es decir, han sido creadas para ganar dinero. Y lo harán siguiendo las reglas del juego: si producir en China es más barato porque las normativas medioambientales son más laxas, lo harán allí. Si en Bangladesh los sueldos son más bajos, coserán allí. Es totalmente lógico. ¿Justificable? No, pero comprensible. (Y aquí muchos de mis compañeros activistas se estarán llevando las manos a la cabeza). No olvidemos que estas empresas las forman personas. Miles y miles de personas. Y evidentemente no hay sitio para todos en el infierno. Es broma. Lo que quiero decir es que a lo largo de la cadena de valor de una empresa se diluyen las responsabilidades. Empezar a producir en otros países, contaminando, contratando niños por sueldos miserables no fue (o quiero pensar que no fue) algo hecho de forma totalmente consciente por parte de las propias empresas. De hecho, cuando se produjo el derrumbe del Rana Plaza se descubrió que las víctimas cosían para empresas muy conocidas: Benetton, Mango, el Corte Inglés, Primark… Pero estas empresas declararon que no lo sabían. Y esto sí me lo creo. Me lo puedo imaginar: el responsable de compras de la empresa muestra sus objetivos a sus empleados. Son duros, pero estos negocian con sus subcontratas en Bangladesh. Éstas, a su vez, buscan la manera posible de llevarse el negocio, porque quieren el trabajo. Y esta manera es subcontratando a su vez a otra empresa que trabaja en condiciones nefastas, pero por desgracia consideradas normales en ese país. Y ahí lo tenemos: una larga cadena de personas, que no se merecen arder en el infierno, que hacen su trabajo y como resultado, dejan a la empresa los márgenes que esperaban. Aunque como contrapartida las prendas se producen en las peores condiciones imaginables. ¿Y quien es responsable?

    Repito: no quiero crear ecoculpa, no voy a culpar al consumidor. Sería ridículo responsabilizar al consumidor cuando parece que justifico a la empresa, ¿no? (Que ojo, no la justifico, aunque es necesario entender el problema). Pero así como el consumidor no tiene culpa, (y esto es lo importante) SÍ tiene la solución. Es el consumidor, quien a través de sus compras decide qué camino tomarán las empresas. Y si ahora todas tienen esas líneas “eco”, “conscious”, y demás, es porque han detectado la preocupación de la sociedad por el medio ambiente. Pero no son la solución: recordad dos de las premisas anunciadas en este artículo: las empresas están para ganar dinero, y yo, que llevo mucho estudiándolas, os digo que queda un largo camino por recorrer.

    Esas líneas “eco” son pequeñas mejoras en su forma de producción. A menudo tan ridículas que a quienes estamos metidos en esto nos dan la risa. Por ejemplo: camisetas hechas con un 30% de botellas PET recicladas. Suena bonito, ¿verdad? Pero si reciclásemos esas botellas en otras botellas, las podríamos volver a reciclar, mientras que incluyéndolas en el poliéster de la prenda, su reciclaje será extremadamente difícil. Es decir, ese “maravilloso” PET reciclado acabará antes en el vertedero. Otro ejemplo: la viscosa, fabricada a partir de árboles. Sin entrar a contaros el impacto de las plantaciones de esos árboles (eso queda para otra entrada), sí os diré que la producción de la viscosa es altamente contaminante, pues necesita añadir muchos químicos. Lo que quiero decir con todo esto es que es necesario indagar un poco más que hay detrás de lo que nos venden las marcas. Es un trabajo duro y por eso he creado este proyecto: quiero contároslo, quiero que os resulte fácil consumir mejor, y acortar el largo camino que queda por recorrer hasta que consigamos que algo tan necesario como cubrir nuestros cuerpos no pueda producirnos absolutamente ninguna culpa.

    Sin más, espero que os haya gustado mi primera entrada, y que no os haya resultado excesivamente pesimista. Sed bienvenidos y sentiros libres de comentar y preguntar absolutamente lo que queráis.

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