…y darme cuenta de todo lo que no necesitaba.
Llevo un mes muy loco. Es algo personal y que nada tiene que ver con el contenido de este blog pero tengo la necesidad de mencionarlo. Supongo que porque estaba deseando volver a escribir, pero me fue imposible. Intenté hacerlo todo, pensar en todo, planificar todo, ¡mientras por fin pasaba algo emocionante en mi vida! Y en ese momento mis anticuerpos me abandonaron y me enfrenté a un imprevisto con el que no contaba: enfermar.
El caso es que mi vida había estado bastante parada desde que empezó la pandemia. Como casi todo el mundo, disfruté todo lo que pude en la medida que las restricciones nos lo permitían, pero mi trabajo se volvió inmensamente aburrido, en gran parte debido a no salir de casa. Todo cambió de repente hace ya dos meses, cuando coincidiendo con el nacimiento de Vesticienta me contrataron en otra empresa. Y así, hace un mes dejé mi anterior trabajo, me fui de vacaciones, y me incorporé a mi nueva empresa, sin tiempo para deshacer la maleta, poner lavadoras o hacer la compra. A la emoción del nuevo trabajo y las tareas domésticas acumuladas, le tuve que sumar la visita de un proveedor polaco y la de mis jefes de Alemania, lo que implica más horas de trabajo, más gente nueva, más información en mi cabeza y tardes enteras fuera de casa para cenar en horarios poco adaptados a las costumbres españolas. Esto dio lugar a falta de descanso, y consecuentemente enlacé una amigdalitis que me tuvo una tarde en el hospital y varios días con fiebre y una gripe (a mí, ¡que no enfermaba desde hacía años!). Como te decía, un mes muy loco, pero emocionante. Por fin hoy cada uno está en su casa y yo estoy sana y deseando abrazar una nueva rutina, en la que por supuesto incluyo volver a escribir.
He de añadir que además estas tres últimas semanas me he enfrentado a una tarea que llevaba más de dos años sin hacer: vestirme para trabajar todos los días. Aunque suene tedioso, después de estar en teletrabajo desde marzo del 2020, me hacía muchísima ilusión ponerme algo que no fuese un chándal de lunes a viernes. Y además, entre trabajar en presencial, y volver a viajar y recibir gente de fuera, siento que hemos vuelto a la normalidad (a la de antes del 2020) y esto es para mí una alegría. Es cierto que también de esto puede desprenderse una conclusión no demasiado agradable: volvemos a movernos como antes, y esto no es sostenible. No voy a entrar a discutir en si es necesario o no porque la reflexión podría llevarme varios post, y además todo este ajetreo de hacer y deshacer maletas y pensar en qué ponerme cada día me ha llevado a otra conclusión más agradable, o al menos útil.
Y es que entre hacer la maleta y planificar qué ponerme cada día el último mes me he dado cuenta de todo lo que guardaba en mi armario… y no necesito. Me he pasado dos años guardando “por si acaso”, para cuando las cosas volviesen a ser como antes, y ahora que han vuelto no me pongo la mitad de lo que tengo guardado. ¿Por qué? Sencillamente porque no lo necesito. Por ejemplo, tengo unas diez blusas de manga larga, y sólo me pongo las cinco favoritas. Antes de necesitar la sexta, una de las otras cinco ya está lavada y planchada. Lo mismo me sucede con pantalones, chaquetas y abrigos. Semana tras semana me pongo prácticamente lo mismo: lo que más me gusta, me favorece, es cómodo y combinable. Curiosamente, se trata prácticamente de las mismas prendas que me llevé en mis vacaciones, en una maleta que bien cabe en mi armario.
Y aquí llega, naturalmente, mi reflexión: ¿y si dejamos de darle vueltas al armario cápsula y sencillamente hacemos la maleta? Con frecuencia recibo artículos sobre cómo hacerte tu armario cápsula, qué debe contener, cuantas prendas… pero nunca les hice caso porque creo que es algo muy personal. No es lo mismo vestirte para trabajar en una fábrica que en una oficina (¡y lo digo por experiencia!). Y tu estilo personal puede tener poco que ver con tu uniforme de trabajo. Y además, hay que contar con las actividades que cada uno hace en su tiempo libre: yo necesito varios leggins para ir todos los días al gimnasio, pero conozco a muchos que no tienen este problema.
En definitiva, si de verdad quieres tener un armario cápsula: haz la maleta. Piensa en lo que pones cada semana, y pregúntate qué sucede con todo lo demás: ¿no te gusta? ¿se ve cutre? ¿no combina? O sencillamente, ¿es un poco peor que las prendas que usas como alternativa? Si no lo quieres tirar, sencillamente, apártalo. Donde no lo veas. Si lo echas de menos ya lo irás a buscar. Y si en tu próximo viaje al fondo del armario descubres que llevas un año sin usarlo… entonces ha llegado el momento de dejarlo atrás. Recuerda que no hay nada más bonito que viajar, nada más satisfactorio que gustarse en el espejo y nada más efectivo que las restricciones de equipaje de las compañías aéreas.
Cuánta razón tienes, lo poco que realmente necesitamos y lo mucho que nos cuesta darnos cuenta